Bird.
La habitación estaba
a oscuras. Sólo se oían susurros de vidas que dormían. Él estaba medio
despierto, y ella medio dormida. Él pensando y ella a punto de entrar en el
mundo de los sueños.
En las sábanas que
cubrían el sillón se mezclaban el olor a rosas y a limón y a jabón fresco y a
canela. Olían así. Algunos sabios, dicen que todos tenemos un olor
característico y que si es muy especial sólo olerá la persona adecuada.
A él, el moreno
tonto que iba a despertarla sólo le olía ella. Pero ella le olía así a todo el
mundo. Quizá es que es muy corriente o quizá es sólo la típica excepción a la
regla.
La llamó:
-Bi. Bi.
Y, como esperaba, un
simple gruñido por respuesta.
-¡¡Bi!!
-¿QUÉEEEEE?
-Dímelo.
-¿EL quéeeeeeeee?
-Por qué siempre llevas
ese brazalete en la mano.
-Te lo diré. Porque es lo único
que mi padre llevaba siempre encima, siempre, aparte de esa cazadora de cuero vieja que
nunca llegué a encontrar. Es lo que me dejó aquel 15 de marzo en el que el frío
te helaba los huesos, te congelaba el alma, en el que el hielo cubría todo de una dura, resbaladiza y mortal capa translúcida, cubría todo lo que tenía vida, como hacía cada invierno en aquel lugar perdido. -Hizo una pausa. Su semblante había cambiado, creía que era una de esas chicas que llevaban brazaletes por ser la última moda o algo así, pero comprendió que ella era diferente. Aunque eso a Bird no le gustó y dio por cerrada la conversación.- Y ahora… ¿me dejas dormir de una vez?
Bird cerró los ojos.
En sus párpados se veían puntitos luminosos. Estaba sorprendida. Lo soltó todo de sopetón. ¿Había sido el
sueño? Puede que sí. Pero le había contado a aquel extraño algo que era tan
familiar como respirar y que nadie nunca había sabido.
Y así se desveló una minúscula parte del
intrigante pasado de aquella chica.
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