Todos sabíamos que era especial. En realidad, era visible, era obvio, incluso a una distancia demasiado grande para ver la magia que iba pegada a sus talones, que se desprendía cada vez que levantaba los pies del suelo, con la gracia de una bailarina y la naturalidad de alguien que cree ser invisible.
Era la chica de los vestidos ocasionales, de las uñas de colores extravagantes, de la sonrisa encantadora, de los colores fosforescentes, de los jerséis grandes, y los labios pintados de rojo pasión, para comerse el mundo con un poco más de color.
Ella. Simplemente ella. Diferente, corriente, depende del momento.
Veía sus piernas avanzar con rapidez por la ardiente calzada. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta, una camisa de tirantes blanca y unos pantalones negros de lunares blancos. Los ojos color caramelo resaltaban al cálido sol de junio. Una mochila verde fosforescente iba colgada de sus hombros. Cascos enormes en las orejas, una canción pegada al paladar y una sonrisa indeleble.
Pero ese día no iba a ser como cualquier otro. Charlotte tenía una sorpresa esperándola. Una sorpresa que con el tiempo iría a mejor.
Dejó los libros en su pupitre y cuando levantó la cabeza había alguien allí. Pelo rubio, ojos verdes, pecas en la nariz.
-¡Hola! Soy Lucas.
Ella guardó sus gafas de sol.
-Me llamo Charlotte.
Él se quedó con una palabra en la punta de la lengua. El profesor había llegado. Se sentó dos filas a su izquierda.
La clase comenzó y ella no podía concentrarse. Aquel chico le producía curiosidad. ¿Era nuevo? ¿O es que no le había visto antes por allí? ¿Quién era? Echó una ojeada y él le sonrió.
Charlotte escondió la cabeza sin pensarlo. Pero algo había despertado en ella. Algo que nunca más iba a poder ser tapado, obviado, o escondido. ¿Era un nuevo tipo de magia? El mago es Lucas. Y quizá ella sea su aprendiz.