En el abatimiento de su mente resuenan las teclas oscuras y manoseadas con cierto desasosiego y en las profundidades de sus aparentemente comunes y vulgares ojos marrones se reflejan las absurdas y efímeras conversaciones de un chat que intenta llenar su vacío. Aparece una pantalla nueva, a su vez un pensamiento raudo por fin un nick que no es absurdo, uno que no refleja inseguridad sino sencillez, compuesto únicamente por su nombre, sin vetas que impiden ver la realidad. Mariela, como así se hace llamar en la Tierra del Chat, se da cuenta, intuye, que ha encontrado algo diferente. Ella le dedica un rápido ¡Hola!, dos sonrisas a cada lado del teclado y una excusa poco creíble: el chat no me va bien, ¿pasamos al Messenger? Y pulsa enter.
Tan pronto como el mensaje aparece en la pantalla, algo estalla dentro de Mariela. Ha sido un simple impulso, ha llegado a su sistema nervioso y le ha hecho caso sin pensar, aunque eso no es lo correcto y menos después del huracán que le atacó esta mañana, después de que empezara a odiar las batas blancas y se quedara impregnado en su piel y en su memoria, el olor a hospital, a miedo y decepción.
Después de unos minutos de incertidumbre por la otra parte, él reclama su correo. No puede salir corriendo ni girar la cabeza. Otro podría. Ese es uno de los numerosos defectos de Mariela: no sabe decir no, no sabe que la buena educación es a veces opcional, así que acepta; los minutos pasan deprisa y ya puede ver la conversación parpadeante reclamando su atención. Pasadas dos horas Mariela no recuerda ni siente nada que no sea él. Él en dos horas ha sido ayuda humanitaria, médicos sin fronteras, manos unidas y cruz roja, y ha reconstruido la chispa de Mariela, ese sello de identidad que la acompaña desde la niñez. Mariela teclea un último guiño casi sin darse cuenta, entre promesas de volver a hablar y dejan ver deseos de encontrarse y poner carne y hueso a las mariposas que no cesaban de revolotear dentro de ambos.
Y vuelve la marea gris, algo la empuja a sentarse en la mesa (su madre). Intenta que la cena se desarrolle como otra cualquiera y sin embargo, no puede dejar de imaginar qué expresarían sus rostros o qué palabras saldrían de sus bocas o qué peludo compañero se arrastraría de madrugada a su cama para darle el calor que tanto le falta. Y sólo por eso Mariela calla e intenta aparentar que todavía no sabe que sus días están cerca de acabar, que quizás no disfrute de muchas cenas más.
Antes de irse a dormir dedica una suave y cálida sonrisa que espera que recuerden cuando ella ya no esté y se hace una promesa: va a ser MARIELA, más que nunca, va a ser ella, va a quedarse grabada en la memoria de todos aquellos que hayan buceado alguna vez en la inmensidad que es Mariela. Y va a hacer que el tiempo que le queda sea el mejor de su vida.
Fin del primer capítulo.
(Y os preguntaréis: ¿por qué tan larga introducción? Este es uno de los tantos defectos de Mariela: no sabe cuando parar)
Esta entrada la he escrito con mi hermana :) Las dos nos hemos dado cuenta de que hacemos buen equipo...
Esta entrada irá en la sección Recuerdos de Mariela, está programada, así que cuando vuelva la colocaré allí.
Las vacaciones se acaban pronto, a ver si tengo tiempo de hacer todo lo que quiero :)